JOSÉ MANUEL VELASCO:
DEL ONIRISMO CONTEMPLATIVO AL MISMO SUEÑO

Me sería imposible escribir una sola línea sobre un pintor sin conocer toda su trayectoria. Un cuadro me paraliza, e incluso un conjunto de telas pueden o no conmoverme o subyugarme; pero al traducir la impresión en palabras, éstas; desprotagonizan a la propia pintura para convertirla en la expresión de otro mundo que se puede acercar a la evanescencia conceptual de la poesía, o al frío documento del análisis técnico, sin dar jamás en la diana.

Yo conocía hace tiempo a José Manuel Velasco y le conocí fuera de su contexto creativo, aunque, naturalmente, no fuera de su única vocación. Con ese conocimiento del hombre me entró la apetencia de descubrirle mejor a través de su obra, la que siempre se debatía por explicar.

Antes de acudir a la primera exposición que me fue posible, he vivido unos días en la humildad del “estudio” la antología de su quehacer pictórico. Supe así de sus certidumbres y sus incertidumbres paralelas, del ayer y del ahora, de su fiebre adolescente incluso, y de su acercamiento mágico de adulto a la figura que lop explicaba; y por fin – a base de reconocer sus sueños y la evocación de su universo distanciado, donde el color, prendido a la materia la subyuga hasta convertirla en forma sin casi formalismos- he conocido al pintor.

Desde el peso de los volúmenes esclarizados por la turbulencia de los colores agresivos, José Manuel se ha dulcificado, ya no es un crítico humorista y mordaz de la sociedad que le rodea, sino un crítico de si mismo y por lo tanto prácticamente ensimismado.

Ya no ve nuestro guiñol desde arriba como en su magnífica época expresionista de manchas violentas pero reconducidas: sino que suspendido en la gravidez de un suelo tangible, o sea adulto, mira a lo alto como en un espejo y nos trasfiere únicamente cúpulas que se sumergen en el infinito, o el infinito mismo de unos cielos excepcionalmente cuidados en un escandaloso grafismo desvaído.

Manchas de ilusión con materia pero más allá de la materia misma. Estoy seguro que no es el final de un pintor estable en sí mismo, Velasco ocupa el lugar de los creadores en constante evolución que siempre sorprenden con momentos bien diferentes. José un perfecto develador de caminos.

Hoy con estas veladuras de misterio, tampoco a ras de suelo ya, el artista inventa y el artesano crea esos caminos; por ello, mi amigo entre el cielo y la tierra, tiene aún millones de salidas de las que habla enfebrecido; con ellas andará, sencillamente por que una vez vio ya la forma de convertir en realidad los sueños. A esto llamó ser pintor.

La pintura de José Manuel Velasco es táctil, huele, se explica en la larga contemplación, pero seduce desde el primer instante. Siempre onírico por su sentido del espacio, aún en otras épocas hoy no delata un sueño, sino que es el sueño mismo como símbolo, y cada se encuentra más cercano al silencio que a las palabras por lo que es hora ya de enmudecer para dejar el protagonismo a la pintura.



Víctor Burrell


Crítico de arte