LA INTENSIDAD EXPRESIONISTA Y EL DIÁLOGO CON LA INTELIGENCIA DE JOSÉ MANUEL VELASCO

Si analizamos la producción pictórica de José Manuel Velasco constatamos como se introduce en el laberinto del color, buscando la intensidad de su chispa, presentándolo como llama refulgente, la fortaleza de lo intenso contenido en lo gestual. El color es el paradigma que le mueve hacia estadios superiores de la conciencia.

En la serie dedicada a catedrales e iglesias del creador andaluz, perfila el centro, busca la luz, se instala en la determinación del resplandor, pero no renuncia a la faceta humana de la materia. De esta manera, alma, materia, color, expresión e iluminación son parte de un mismo concepto que se halla en el propio interior de las dimensiones en las que habitan.

Trabaja en series temáticas diversas según época pero unidas por un mismo hilo conductor cromático, como la dedicada a rostros y personajes, pero, en el fondo, tanto su producción escultórica como pictórica, está basada en la insinuación del gesto que es movimiento, alma de la vida.

El expresionismo de José Manuel Velasco es apasionado, pero, sobre todo, trascendente, porque, parte de la intensidad del instante, para instalarse en la capacidad de ir más allá de las limitaciones que nos impone el bajo astral.

Su capacidad de concentrarse en el gesto, en la evidencia del trazo, en la sugerencia insinuante contenida en la simplificación de los detalles le permite ser consecuente en su yuxtaposición de lo emblemático con su capacidad de ver el doble fondo de un universo que se encuentra ante nuestros ojos pero que necesita de vibración y energía para proyectarse.

Emplea colores vivos, calientes y sensuales, porque es un artista apasionado, que profundiza en el amor, que ama el amor.

Se concentra en la efervescencia plástica, destacando por su insinuación, en la que suelta toda su solvencia, siendo un expresionista que emplea el corazón para definir la forma, que es el disfraz del teatro de la vida que a todos nos apasiona.

Su producción expresionista le avala como un artista claro, que dialoga con los materiales, que emplea el color para convertirse en el influjo del cambio, contenido en la llama del momento, aquella que destaca el amarillo del centro de las catedrales, el negro arquitectónico, el rojo pasión, el verde brillante, el azul de la mirada lejana y el blanco del silencio y la meditación. Medita con la sagacidad de quien se encuentra en la encrucijada de mundos, aquella que le permite escenificar la gran obra, desde los templos y catedrales de culto, su adscripción a los teatros y coliseos, pero también captando todos los personajes que en el mundo somos, desde el payaso al bribón, el insinuante, pasando por el malasangre, el apasionado y el amoroso.

Se encuentra en la pléyade del cambio, instalado en la fortaleza del color, dominado por impulsos que presentan una obra sensual, llena de fuego, porque cree en sí misma.

Su principal contribución al expresionismo internacional se concentra en romper moldes con la plasticidad del color, dialogando con la inteligencia, para expresar su visión de lo inmaterial contenida tras los diversos ropajes.




Joan Lluís Montané


De la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA)