JOSÉ MANUEL VELASCO, EL EXPRESIONISMO Y LAS RUPTURAS, LA DESOLACIÓN DE LA MATERIA

La creación expresionista actual de José Manuel Velasco es intensa, efervescente, gestual, directa, matérica y poética. Destaca su búsqueda del espacio para integrar el discurso matérico, en el que en su última etapa, titulada ‘Rupturas’, se adentra en el expresionismo abstracto pero sin renunciar a las referencias, signos, símbolos, elucubraciones de caras, ojos, rostros, cuerpos, sangre, emigración y África, continente negro, continente primigenio, base sobre la que se sustenta la fuerza de la determinación de la actual civilización.

Elucubra, mejor dicho, refleja el ser humano y la necesidad de poder como punto de partida básico. Se plantea en sus discursos la singularidad en diversidad que el poder cercena para ser en sí mismo. No hay compaginación posible, porque el ejercicio de la libertad está reñido en el planeta sangre con los organismos, corporaciones, gobiernos y sistemas políticos que intentan determinar y orientar las energías de los seres que viven en la tierra.

Nos habla de un problema de disfunción energética, de una falta de equilibrio, de ahí que sus espacios sean gruesos, matéricos, intensos, dolorosos, como arrastrando pesadas cargas, que son consecuencia de la falta de armonía. No es un problema de primer y tercer mundo, sino de inexistencia de sincronización energética, porque el proceso de depuración y purificación no se ha hecho desde el plano espiritual, solo considerando temas financieros, económicos, geoestratégicos y políticos.

El artista plástico andaluz capta la sensibilidad del drama, el horror, la muerte, la sangre, incidiendo en estos aspectos, en el desgarro del individuo partiendo de un contenido que se entiende a partir de una dinámica en la que los signos, gestos e iconos forman parte de una actitud que señala la realidad en el aspecto material.

No indaga en las culturas ancestrales que componen los pueblos africanos milenarios, tampoco en el origen semántico, sensible y geográfico de los diferentes puntos de embarque de la emigración en general, sino que se fija en el resultado, en la falta de libertad, en la tristeza del maltrato del poder económico que hace que seres iluminados se vean enfrentados al destino fatal y a la muerte.

No hay muerte espiritual pero sí física, se concentra en la materia, en lo pavoroso de la existencia, cuando en lugar de cielo y planeta azul nos convertimos en el cubo de basura de la caja registradora que no entiende de personas, solo de balances e intereses.

La pintura del creador malagueño es el resultado de una actitud que antes se ensimismaba, en ocasiones, en la fascinación de la estética por la estética, en el sentido de abordar temáticas que precisaban adoptar características más refinadas, en el sentido de ir hacia la predisposición expresionista del glamour cromático y de la arquitectura de formas y espacios sutil e intensa a la vez.

Presenta su pintura dividida por zonas, o bien concebida en diferentes formas geométricas, también mediante cuatrípticos, parcelando un discurso social con referencias, que no renuncia a los iconos y símbolos, porque son parte fundamental de una actitud que va mucho más allá de lo que insinúa. Es más, se acrecienta el poder del símbolo cuanto menos lo representa, dado que indaga en la facultad que tiene lo que no se ve de mostrarse con crudeza.

África continente negro, de sabanas extensas, donde el rey león gobierna en la noche, mientras, al amanecer, los helicópteros de combate salen a patrullar los cielos cristalinos. Contemplamos los horizontes sangrantes, las manadas de jirafas, cebras, aquí y allá grupos desperdigados de elefantes, colmillos, rapiña, bebés de elefantes solos y enloquecidos, la nana de la selva que se desespera y el leopardo vestido de dulce, mientras que el jefe del clan cuenta los muertos acaecidos en las olas salvajes de las pateras, que han reciclado sus cuerpos hasta lo más hondo de la inextricable leyenda del árbol africano.

Intenso, cala profundo, empleando rostros sanguinolentos, espirales con orientación inversa, símbolo de la mala suerte, del magnicidio que se anuncia y que nos gobierna en la entelequia constante de un cambio aplastante en lo más singular de lo efímero.

No hay término medio, su obra gana en intensidad mediante la presencia de salpicaduras y gestos, pero cuanto más directo es su expresionismo abstracto, con menos referencias, más contundente y específico es.

Indaga en el abstracto por necesidad esencial y dinámica, por precisar actitudes que surgen del drama, porque su poética está construida a través del espacio, en el que el color le da calidad de trazo, intensidad del momento, que gobierna el instante, el segundo, la esencia de la milésima, aquella que nos puede catapultar hacia una nueva videncia, o bien existencia de un alma acostumbrada a indagar en los caminos trazados de una singular efervescencia, sustentada en la base que se apoya en la mirada profunda.

José Manuel ha aprendido con el tiempo a mirar a larga distancia, sin abandonar su posición escenográfica, su capacidad para recrearse con los sentimientos, para ofrecérnoslos lo más puros posible, para no traicionar su esencia.

No puede hacer oídos sordos a una evidencia que desangra nuestros ojos, mortifica el oído de la luz y mancha irrespetuosamente las mañanas blancas de domingo y misa.

Somos el resultado de nuestras acciones. La determinación se coordina con la fuerza que impulsa la vida.

La emigración surge de la necesidad, mientras que África está ahí como símbolo de la inmortalidad, pero sus habitantes precisan de la armonía del amor universal.

El desgarro del grito del silencio que se desparrama por el espacio es captado por Velasco, para ser parte de un proyecto global, que el artista presenta dentro de un expresionismo abstracto que no renuncia a las iconografías. Y ello es así para ser consecuente con su propia idea del expresionismo, producto de una visión del mundo en la que los márgenes de libertad están mediatizados.

Su expresionismo es corrosivo, en el sentido de sustentarse en el drama, en la intensidad del sufrimiento, los desastres de la guerra y la falta de libertad que nos conduce irremediablemente hacia el abismo de la soledad. De ahí que aborde la falta de energías puras, la necesidad de vibrar más alto, de situarse estratégicamente en torno a posicionamientos en los que lo fundamental sea la vivencia, la sensibilidad, recuperar el ser humano, es decir la armonía que los devas han protegido siempre en la naturaleza y que los ángeles han cuidado de manera evidente pero sutil en su relación con los humanos. Porque el mundo se mueve a partir de sinergias, de concentraciones de deseos y evidencias sustentadas en la creencia en que la belleza es una realidad incuestionable, que no posee límites, porque es lo más elevado que existe.

Desestructuramos la realidad, en mitad de una árida polémica, para mostrar la libertad literaria, la evidencia poética, la glamorosa forma de entender el mundo a partir de una actitud de amor. El problema es la falta de amor, la chispa de la luz, que se pierde por los vericuetos de ciudades insondables, mientras la selva frondosa pierde terreno, lo salvaje se transforma en sanguinario y se anuncian rupturas ingobernables que son en sí mismas el símbolo de las bajas vibraciones.

Su actual obra retoma un discurso más matérico y espacial, menos estético, pero más intenso, en el que lo importante es su capacidad poética de romper el encanto que ejerce el miedo para conducirnos a todos hacia los parámetros de la vía de la iluminación, en un paraje marcado por la desolación de la materia.




Joan Lluís Montané


De la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA)