JOSÉ MANUEL VELASCO, LA ESCENOGRAFÍA DE ROSTROS Y CATEDRALES

Constructor de escenarios que parten de lo externo pero que son producto de su ansia de encontrar su trascendencia interior, configura un mundo lleno de sugerencias en el que lo sensual y el misterio de la trascendencia flotan en el ambiente. Se produce, por consiguiente, un profundo diálogo entre la máscara sin rostro de sus innumerables personajes y la catedral sin imágenes, volviendo a una esencialidad espiritual en la que hay una conexión terrenal.

Buscador de escenarios imaginados a partir de una realidad que constata, palpa y respeta, es capaz de volar hacia lo alto de las nubes buscando la expresividad de la tramoya y los decorados, aún de aquellos que no existen, para evolucionar hacia una nueva concepción de la existencia en la que todo es verdad o mentira según el color con que lo pinte. Es la magia del teatro que es la propia vida, que se sumerge en los vericuetos de la existencia de la trama en la que los personajes son actores de una novela que no tiene fin. Como telón de fondo el drama de una posible tragedia latente o de un misterio aun por descubrir. Caen las máscaras, asumiendo los actores una dinámica de la representación en la que no hay realidades tangibles, sino recovecos por donde andan los espíritus en pos de una aura nueva en la que incidir y pasar a otro estadio de la evolución.

Elabora catedrales que son puro gesto, que surgen del diálogo de líneas, formas geométricas, zonas que son un misterio, que las convierte en parte del enigma que está ante nosotros pero que, donde de verdad se encuentra, es el interior de uno mismo.

Las catedrales expresan la voluntad de ser y estar, de hallar e ir más allá de la anécdota, porque la vida es transformación y debemos desarrollar las cualidades que permiten emitir energía positiva. Los seres sin rostro son el ejemplo de la virtud, necesitan ser voluntad en sí misma. De ahí que sus catedrales expresen lo más profundo del alma humana. Tienen rostro universal, se desangran o bien se enaltecen. Constatamos un gran fogonazo de colores, que se combinan o bien se encuentran en un diálogo permanente.

Se puede comprobar como hay gesto que vislumbra energía, que se transmuta en obra dramática, que bucea en el enigma de los espacios que se encuentran en las bóvedas, en los túneles del tiempo que se abren de forma constante. Pinta también rostros de personas, que son arquitecturas, templos de lo privado, iglesias del conocimiento, expresiones del insondable enigma del misterio de la biología.

Sus catedrales e iglesias son expresivas, nutridas por colores de gran potencia, que contrastan, buscan, bucean, se emocionan, estallan, con la determinación de la razón. No hay burbujas cálidas, sino una actitud de empuje que abre fronteras, que descubre cosas, que disfraza o transforma situaciones.

Empuje del expresionismo del color, formalismo de la arquitectura, diálogo entre abstracción y las referencias, para luego ser un producto de ambas constataciones, sin una línea concreta, sino que se autoafirman cuando más contraste cromático existe.

Los rostros son almas, seres que vagan por la dimensionalidad de lo efectivo, que se cuelan por los recovecos y huecos de las catedrales, que forman parte de una danza de todas las danzas. Así, de esta forma, la explicación del misterio se aproxima para poder reconvertir la propia idiosincrasia de lo existente en otros misterios, para que la trayectoria sea una senda plagada de sorpresas, de tareas arduas que resolver para alejarse o aproximarse al gran guiñol.

No hay una sola verdad, no existe el significado de la propia vida, porque hay múltiples verdades y evidencias, porque la propia realidad es plural, no unidireccional, dado que la confluencia de energías produce otras nuevas energías, gracias a la multidireccionalidad de sus aconteceres. Es un elaborador de escenarios, que parten de la dramatización del color, que se explican porque forman parte del gran laberinto, de la vehiculación de las voluntades, de la energía de la polis que se autoflagela cuando todo es excesivamente correcto. Pero también está el espejo, que nutre a las catedrales y rostros, reflejando el alma de uno mismo. Lo importante es saber de qué lado del espejo estamos para poder encontrar la línea directa con la imaginación desbordante.




Joan Lluís Montané


De la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA)