J.M. VELASCO, DE LA EMOCIÓN A LA DENUNCIA

Desde los años cincuenta del pasado siglo XX, la estética de la mancha, del chorreado, de la pared como referente de la huella humana, está plenamente aceptada en la sensibilidad artística. Desde luego que esta aproximación estética ha ampliado las nociones de realidad, ésta se ve ampliada por la significación de la marca personal como referente a una sensibilidad con la que finalmente se puede contar.

Después de esta ampliación de la belleza asimilada, la obra de José Manuel Velasco forma parte de un discurso tradicional que el artista reelabora inmerso en una obra que incide no en la novedad, de ahí su carácter tradicional, sino en la depuración de una propuesta.

El artista sensible con la realidad social, tiene el peligro de hacer coincidir su trabajo con el panfleto en su peor versión, o en un ensayo social, en su mejor. Sin embargo, Velasco distingue perfectamente la argumentación racional de la apelación a los sentimientos. Mediante el recurso del titulado evoca los contenidos con los que desea reconducir la mirada del visitante a su obra. “África”, “Emigración”e “Integración” reclaman problemas humanos que afligen a nuestro mundo. Como artista se limita a declamar mediante una obra sólida, bien hecha, que mueve al sentimiento y, mediante el concurso de sus títulos, a la conmoción.

El recurso del expresionismo abstracto con referencias al arte povera, hace posible que Velasco n o tenga problemas con el peso narrativo y literario de la imagen. Con ello deja bien claro, que la función documentalista se rehace en las manos de la fotografía y el filmado con los que se captan todos los detalles informativos que aporta la figuración. Liberado de esta función, Velasco pude dedicarse a pronunciar sus sentimientos mediante unas potentes imágenes en las que el proceso de realización crea “un lugar”.

Estamos en presencia de “ese lugar en donde actuar plásticamente” que enunciaba Harold Rosenberg en 1952, en cuanto que “lo que va en la tela no es una pintura, sino un acontecimiento”. Eso es precisamente el adecuado calificativo, el de acontecimiento, con que se ha de atribuir esta exposición que conmueve y enternece al que contempla el sólido trabajo de este interesante artista.

Su obra despliega un color sin condiciones ni limitaciones que es reconducido para enhebrar una sólida argumentación mediante el recurso del negro. Negro que subraya, sostiene y configura. Con esta dialéctica entre el color desplegado y el negro coordinante discurre por un espacio blanco que Velasco deja en la tela virgen produciendo una impresión de espontaneidad y frescura.

La solidez con que se construyen las imágenes en la obra de Velasco, retiene la mirada de espectador que es obligado a recorrer sus recovecos, a sentir los matices cromáticos, a asimilar la solidez y la fuerza del negro. La tradición pictórica europea ha demandado que el espectador dedicara tiempo a la asimilación de la obra, al contrario que la americana que ha buscado más el impacto visual, la potencia de la novedad, la facilidad de la comprensión para que reforzar el coche visual. Desde luego que estas generalizaciones son peligrosas, pero a estas alturas se puede coincidir de la obra de Velasco no pretende desenvolverse en las tranquilas aguas de un trabajo ni efectista ni acomodaticio. Es un trabajo para paladares fuertes, para lectores de obras, no para miradas deslumbradas. Como un libro, su obra, ha de ser sentida gracias a la dedicación y el esfuerzo por adentrase en ella, si no, no es más que un bloque de papel o unos manchones en la tela.

La pintura recoge en un instante un tiempo vertido en generosas dosis por el artista, un tiempo presentado en capas de memoria que la obra ha recogido y, que en caso de Velasco, son los surcos anónimos de tantos rastros humanos al rozarse con las superficies amargas de paredes rotas, pasos perdidos, trazos sin sentido, cuando nuestra mano se estruja atenazada por la emoción o discurre distraída por el vacío. Todo esto, mientras vivimos en los tiempos del supuesto gobierno del pensamiento y la razón en un mundo irracionalmente abocado a estrellarse.

La obra de Velasco es una llamada de atención a este impoluto edificio global minimalista, de elegantes y puras formas que esconde bajos sus pulidas epidermis las más bajas pasiones humanas, los más delirantes sueños de una razón que en su soñarse está produciendo monstruos. Es por ello el honesto alegato de un artista cabal que se limita a reflejar el estado de la cuestión, independiente de lo políticamente correcto, ajeno a modas y tendencias, buscador de su verdad que, por ser sincera produce una pintura tan auténtica.




Mariano de Blas


Vicedecano de Relaciones Internacionales
Facultad de Bellas Artes de Madrid
Universidad Complutense