TODA RUPTURA ES OTRO PAÍS

Toda ruptura es otro paisaje. Se quiebra y se transforma la geografía del alma, y hay de pronto oquedades que conducen a nuevas experiencias, pero también puentes y rutas que nos llevan de regreso a lo que fuimos, a lo que compartimos, a lo que vivimos. Los trazos marcados y los vacíos respetados de la nueva cartografía de ese lugar llamado nosotros son un homenaje constante a la quiebra por cuanto tiene de melancolía y de descubrimiento, de despedida y de revelación, de ayer y de mañana. El presente de la ruptura es siempre una encrucijada de caminos, un punto en el que tenemos la opción de escoger, de experimentar, de arriesgar. Por eso la representación plástica de la ruptura no puede ser sino compleja y estimulante, inquietante, pero acogedora, un novedoso tratado de armonía: la construcción de un paisaje inexplorado, pero con referencias ancladas en la memoria y en las huellas que conservan los cinco sentidos, tal como hace José Manuel Velasco en estos cuadros.

Porque toda ruptura es otra emoción. Los paisajes físicos y anímicos conocidos, frecuentados, implican una familiaridad emotiva y un reconocimiento sentimental que, de un modo u otro, cristalizan en lo figurativo, entendiendo como tal lo que produce emociones claramente relacionadas con lo representado. La ruptura trastoca esa seguridad emocional y cuestiona nuestra percepción sentimental, de modo que la mirada – y, por asociación de ideas e imágenes, el tacto, el oído, el paladar, el olfato – explora otras posibilidades de sentir, de relacionarnos afectivamente con lo que nos rodea. Lo que José Manuel Velasco propone en Rupturas es esa posibilidad de emocionarnos de otra manera, tomando como referencia un continente, África, cuya cercanía es tan equívoca como poderosa: en el fondo de esta nueva emotividad, capturada por la materia pictórica y por los fragmentos vírgenes del cuadro, y enraizada en unos paisajes y una cultura reinventados por la devoción de quien ha encontrado un poderoso motivo de inspiración, se encuentran tanto la añoranza como la búsqueda, una mezcla muy fructífera de contemplación y aventura.

Porque toda ruptura es otra distancia. Hemos hablado de cercanías, pero debemos hablar también de lejanías. La ruptura siempre nos distancia, en primer lugar, de nosotros mismos, única manera posible de acercarnos luego, renovados, a lo que somos, pero también a lo que seremos y, desde luego, a lo que fuimos. La ruptura nunca deja atrás tierra quemada. Hay en toda ruptura un poso de melancolía que, bien manejada, nos nutre de cara a nuestras nuevas circunstancias, nuestras nuevas emociones, nuestros nuevos apegos y desapegos. Y hay, claro, un reto al que sólo podremos enfrentarnos si calculamos bien las distancias que nos separan de nuestro porvenir. Todo ello ha sabido pintarlo ahora, componerlo, sugerirlo José Manuel Velasco. Del mismo modo que es fundamental para un púgil, o para una pareja de amantes, una adecuada percepción de la distancia, un artista plástico necesita trazar con sabiduría el espacio que nos separa de su pintura y que nos va a permitir, como en un combate o en un acto amoroso, acercarnos a ella, abrazarnos a ella, entrar en ella, facilitar que ella entre en nosotros hasta el inevitable origen de nuestro asombro, nuestra complicidad y nuestra imaginación: nuestros recuerdos.

Porque toda ruptura es otra memoria. No sólo la memoria de lo que fue, sino también de lo que será, una suerte de anticipación seductora de lo que alguna vez echaremos de menos. Y quizás no haya mejor metáfora de esa melancolía anticipada que África, ese territorio radiante y martirizado, todavía misterioso, en el que, a pesar de todos los pesares, todo parece aún posible. Esa posibilidad implica necesariamente romper, alejarse, acercarse, aventurarse, ensimismarse. La ruptura es un desafío a nuestro anhelo de recordar. Ese reto es el que plasma José Manuel Velasco, con la incertidumbre de los buenos exploradores, en composiciones que evocan leyendas, paraísos, tragedias, bendiciones, catástrofes, texturas, sabores, aromas, sonidos, miradas. Un mundo perdido, un mundo encontrado, la esencia de los descubrimientos: la ruptura.

Por eso toda ruptura es otro país. Un país levantado sobre el mapa lírico y emocional, escondido, de todo cuanto conocemos y todo cuanto adivinamos.



Eduardo Mendicutti


Madrid, marzo de 2007